La tarea no termina

 

La tarea no termina

Desde hace veintidós años El Cerro de Hatonuevo es un
resguardo constituido. Fue un 24 de septiembre de 2001 cuando Faustino Gouriyu,
junto a otras autoridades, fecharon este resguardo ante el ministerio étnico y,
desde entonces, la tarea de crecer y educarse no termina.

En las 183 hectáreas que conforman El Cerro de Hatonuevo
viven 220 familias divididas en tres comunidades: Yotojoromana, Ekirajule y El
Cerro. Y, como todo colectivo, las diferentes familias se dedican a actividades
varias como el trabajo en fincas y veredas; otros son maestros de obra y
trabajan en la construcción, en la albañilería. Pero la actividad más fuerte y
que asegura Orangel Sapuana Gouriyu, representante del resguardo, los
caracteriza, es la artesanía y el pastoreo.

En El Cerro su gente se define así: “Somos luchadores
incansables, personas muy trabajadoras, amables, recibimos a todos los que
vienen a visitarnos. Y nos diferencia el tema organizativo porque siempre hemos
enfocado a la comunidad bajo el principio de la unidad, la sana convivencia,
aceptarnos a nosotros, querernos como comunidad, como familia. Mantenemos la
unidad que es el principio de la organización, del territorio”, asegura el
representante.

Orangel piensa en el futuro y vienen a su cabeza muchas
ideas, pero todas llevan a un solo camino: la educación. “A veces me pongo a
pensar cómo seremos en 10 años, en 20 años, y hay un factor que desde la
educación tratamos de que se mantenga: la identidad. No es fácil porque se han
introducido muchas culturas diferentes a la nuestra, pero somos uno solo, el
territorio es uno solo y no cerramos el camino a nuevas formas. Lo que sí
hacemos es tratar de aprovecharlas positivamente sin dejar a un lado lo que
somos como wayuu, mantener la lengua materna y algunas prácticas culturales que
se implementan y practican desde la educación. El sueño de nosotros es
mantenernos como wayuu de esta comunidad, de esta tierra que nosotros amamos y
queremos porque aquí hemos nacido, aquí hemos crecido y aquí nos vamos a
quedar”.

La tarea encomendada la lleva a sus espaldas Faustino
Gouriyu, autoridad de Yotojoromana. Nos recibe en su territorio y se ubica con
un fondo que nos transporta en el tiempo, una casa de barro: “Manejamos el
resguardo unidamente con los compañeros, uno es veedor en su comunidad y nos
preocupamos por ella. Es lo que hace el buen líder, para eso lo eligen. Yo
hablo con mis nietos, sobrinos, hermanos, es bonito darle ejemplo a la familia
para que manejen las cosas como debe ser”.

Faustino confirma lo que Orangel ha dicho, el camino es la
educación, y su mensaje va más allá: “La mejor herencia que uno le deja a los
hijos es la educación para que ellos se defiendan más tarde. Que tengan lo que
uno no vio. Nosotros buscamos, tocamos puertas para que salgan las cosas. Damos
buen uso a los colegios, procuramos siempre mantenerlos porque de eso
dependemos, de una buena enseñanza para que no olviden nuestra lengua, el
wayuunaiki. Recordando que hay que enseñar desde la casa, que la tarea comienza
desde los viejos con su mochilita, sus waireñas, su sombrerito”.

El Cerro de Hatonuevo está a una distancia corta del casco
urbano del municipio al que pertenecen. En la salida vía Valledupar hay un
desvío a mano derecha y un aviso que dice ‘Bienvenidos al resguardo El Cerro de
Hatonuevo’. Con esta comunidad de artesanas, Cerrejón ha trabajado en
fortalecimiento artesanal y en extensión de su territorio con la donación de un
predio, para que, como sueña Faustino, sigan creciendo porque aquí la tarea no
termina. 

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