Llegar a Apusalimana es sinónimo de paz y tranquilidad. En esta comunidad sus casas están tan unidas como sus habitantes, las manecillas del reloj se mueven lento, todo toma su tiempo y espacio. En la enramada aguardan varios miembros, ansiosos por contar de sus ellos, de su comunidad y de su vida espiritual. Para sus 24 familias, esa es una decisión de vida elemental.
Olga Arpushana Jusayu, líder de la comunidad, inicia la conversación y cuenta de eso que han decidido como estilo de vida y guía de sus pasos: “A esta comunidad la caracteriza su cosmovisión. Tenemos un enfoque espiritual que nos inculcan desde niños y es fundamental para nosotros los wayuu porque de ella proviene la comunicación directa con nuestros antepasados”.
En Apusalimana, su gente está llena de armonía, de paz espiritual y siempre tienen sus puertas abiertas para quienes les visitan. Tanto, que a toda persona que llega, le transmiten su herencia: “Tenemos un legado muy bonito que es el de seguir inculcando y manteniendo la vida espiritual en cada uno de los corazones de los habitantes y de las personas nos visitan, ¿de qué manera directamente? invitándolos a la comunicación, al respeto y a la armonía. En muchas circunstancias se ve reflejado nuestro vivir porque tenemos carencias, pero no por eso vamos a desintegrarnos, es cuando más fortalecidos seguimos, esperanzados y manteniendo siempre nuestra fe en Dios, en maleiwa, elevando nuestras oraciones”.
Para mantener este estilo en todos los espacios de sus vidas, las tías y madres de los pobladores invitan al diálogo como base fundamental para la sociedad. Y, a medida que van formándose familias, procuran seguir con la unión y la comunicación para no perder sus principios y valores, su integridad. El resultado de esto, según indican, se ve reflejado en su dialecto, en su vestimenta y en las actividades que realizan dentro de la comunidad.
Su gente se dedica al trabajo con el Yotojoro (madera que sale del cactus), la mayoría de los hombres clasifican esa materia prima para la infraestructura de las viviendas, todas las de ellos están hechas al 100 por ciento en ese material. La autoridad, José Antonio Jusayu, se dedica a la siembra y siempre que tiene la oportunidad le enseña a los miembros la importancia de esta actividad para tener una alimentación saludable: “Trabajo con la siembra. Hago los corrales para poder sembrar y los cerco con yotojoro. Siembro patilla, melones, frijoles, maíz. Podo para que crezca cuando llegue la lluvia y así poder alimentarme. También guardo una reserva para cuando se acaba la temporada de lluvia, tener alimentos”.
Las mujeres, al pastoreo y a la elaboración de artesanías: “En nuestra comunidad trabajamos cuidando nuestros animales, los acompañamos al monte cuando van a comer para que no les pase nada y saber por dónde están. Trabajamos en esto porque es algo que hacíamos desde antes y porque es con lo que podemos comprar nuestras cosas. Esta actividad la hacemos las mujeres porque lo necesitamos, así como tejer mochilas o hacer chinchorros, es trabajo de mujeres cuidar nuestros animales. Queremos persistir en esta costumbre”, afirma María Edelmira Jusayu, miembro de la comunidad.
“Cerrejón ha sido ese impacto positivo que hemos tenido dentro de la comunidad. Los talleres que recibimos nos llevaron a conocer más los temas ambientales y sociales de nuestro territorio” afirma Olga, refiriéndose al trabajo que ha realizado Cerrejón, en el marco de la sentencia T-704, bajo los proyectos de generación de ingresos con la adquisición de chivos y plan semilla para artesanías y fortalecimiento cultural.
Para visitar esta comunidad recorres 70 kilómetros por la vía que de la mina conduce a Puerto Bolívar, cruzas a mano derecha, transitas un par de metros y ahí, en ese lugar, conocerás la vida espiritual de Apusilamana.