Transición sin justicia es traición.

Por: Juan Loreto Gómez Soto

En cada foro, discurso o titular, dos palabras se repiten con insistencia: transición energética. Suenan bien, suenan moderno. Pero en La Guajira sabemos que no basta con repetir consignas. Mientras algunos celebran la llegada de nuevos proyectos solares o eólicos, aquí seguimos preguntándonos quién asumirá el vacío fiscal, social y laboral que deja el fin del carbón.

La transición no puede reducirse a una foto de inauguración. No es un acto simbólico, es un proceso profundo. Y en un territorio históricamente marginado como el nuestro, ese proceso debe ser justo, reparador y construido desde lo local. De lo contrario, solo estaremos renovando las formas de la exclusión.

Ya lo vivieron otros. En Europa se firmaron acuerdos, se habló de reconversión laboral y justicia territorial. Pero muchos antiguos municipios mineros hoy conviven con el desempleo, la pobreza y la frustración. Las minas se cerraron, sí. Las alternativas, nunca llegaron.

Alemania, que lidera en energía eólica, clausuró sus últimas minas de carbón entre aplausos y promesas. Hoy, regiones como el Ruhr siguen luchando por reactivarse. En España, territorios como Asturias y El Bierzo enfrentan despoblación y desempleo tras el cierre de sus minas, a pesar de haber sido vitrinas de la llamada “transición justa”. Y en el Reino Unido, zonas como Yorkshire no han logrado superar décadas de rezago social desde que las minas cerraron y llegaron los parques eólicos.

¿Vamos a repetir ese libreto? ¿Vamos a aplaudir sin exigir garantías? La historia ya dio su veredicto: sin justicia territorial, la transición es solo un espejismo.

La Guajira lleva más de 40 años girando en torno al carbón. Cerrejón fue un actor económico determinante, pero también símbolo de una relación desigual. Las oportunidades para los profesionales guajiros fueron escasas. Los compromisos sociales, a menudo, incumplidos. No podemos pasar la página sin un balance honesto ni sin exigir que lo que viene no repita lo que falló.

Lo que viene no puede ser otro ciclo extractivo, solo que con discurso verde. La transición energética no debe ser solo un cambio de fuente, sino de modelo. Uno que garantice inversión productiva, educación técnica, infraestructura, empleo local y justicia territorial.

Y mientras tanto, vale preguntarnos: ¿cuándo haremos la apuesta por el turismo? Si Cancún, una selva costera despoblada en los años 60, logró convertirse en uno de los destinos turísticos más visitados del planeta, ¿por qué no nosotros? Si Punta Cana, en República Dominicana, pasó de ser una zona rural aislada a un emblema del turismo caribeño, ¿qué nos detiene? Si Bali, en Indonesia, transformó su espiritualidad y su paisaje en una marca global de bienestar, ¿por qué La Guajira, con sus paisajes únicos y su cultura ancestral, sigue siendo tratada como tierra de explotación y no de oportunidad?

Y no solo hablemos de turismo. En Almería, España, un territorio árido y costero, muy similar a La Guajira, hoy se cultivan millones de toneladas de frutas y hortalizas al año gracias a un modelo agrícola basado en invernaderos y agua desalinizada. Lo que antes era desierto, hoy es la despensa de Europa. Lo lograron con visión, tecnología y decisión política. Eso también lo podemos hacer aquí. ¿Por qué no pensar en una Guajira agroexportadora, innovadora, con soberanía alimentaria y empleo digno?

No se trata de frenar el avance de las energías limpias. Se trata de que esa transición no profundice las viejas brechas ni imponga nuevos olvidos. No podemos hablar de sostenibilidad mientras persistan la falta de agua, el desempleo estructural, la migración forzada y la ausencia del Estado. Porque si todo eso sigue igual, no será una transición: será una deuda.

Después del carbón no puede venir el abandono, tampoco puede venir otro capítulo de extractivismo camuflado de verde. Necesitamos dignidad, oportunidades y un modelo propio de desarrollo, pensado por y para los guajiros.

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