Coropontain, la comunidad que se despierta con el
sonido de chivos y pájaros
‘Bienvenidos a la comunidad de Coropontain’, en letras
amarillas y rojas sobre un cartel azul oscuro, es el mensaje que avisa la
llegada al punto de destino. En el kilómetro 82, las personas se despiertan con
el sonido de chivos y pájaros, también de gallos.
El recibimiento está a cargo de Georgina Henríquez y Jarly
Villalobos, líder de la comunidad e hija respectivamente. Inicia en ese momento
un camino amplio, destapado, con muchas enseñanzas para quienes llegan.
Comienza el día de las más de noventa familias que pertenecen
a la comunidad. Lo primero es asegurar que los niños vayan a la escuela, con la
bendición -dirían los residentes- de que les queda muy cerca. Asisten quienes
están entre el grado preescolar y octavo. Por su lado, los padres van a sus
trabajos. Pasadas las horas, hijos y padres cumplen con sus quehaceres: buscan
agua en el pozo o en el jagüey, buscan leña, o emprenden camino a Uribia a
abastecerse de alimentos.
Coropontain lleva como clan el Epinayú, y los encabeza Simón
Epinayú, su autoridad tradicional. Su gente es unida, humilde, honesta. Acogen
a las personas y las hacen sentir importantes. Son respetuosos y, sobre todo,
no dejan atrás sus usos y costumbres; es un llamado no negociable, lo hacen,
entre muchas otras cosas, a través de la oferta cultural de la institución de
la comunidad. “La mayoría de docentes son bilingües y son de la comunidad. No
dejamos de dar la asignatura Cultura y
Lengua, el wayuunaiki. Lo que sucede es que muchas veces se habla de manera
espontánea, el niño nace con esa lengua y la escucha en su diario vivir, pero
no conoce de la gramática, de cómo formular una pregunta en wayuunaiki;
entonces tratamos de traer sabedores de aquí mismo, que conozcan la comunidad.
Traemos a nuestros viejos para que no se pierdan esas tradiciones”, afirma
Jarly, miembro y docente de Coropontain.
Esta comunidad recientemente finalizó acuerdos de la
sentencia T-704. Con esto, pudieron ampliar y mejorar su cementerio, repoblar
sus tierras con animales ovino-caprino, construir infraestructuras para
soluciones de agua e infraestructuras para educación.
Y no paran de soñar… “El sueño que tenemos los miembros de la
comunidad es que tengamos una universidad, pero que sea étnica, que no perdamos
la cultura, la tradición, nuestros usos
y costumbres, que nuestra lengua materna no se pierda. Soñamos con que sean los
mismos padres de familia y los docentes quienes trabajen de la mano por el
futuro de nuestro Coropontain. No hay cosa más linda que digan ‘Yo soy wayuu’
con sentido de pertenencia porque serlo es un privilegio”, asegura Jarly.
Cuando le preguntas a los miembros de la comunidad cómo se
definen, responden que son seres transformadores, soñadores, con sentido de
pertenencia y que quieren ser el impacto de Uribia, y de eso, de eso no hay
duda.
Y así termina el día e inicia otro en Coropontain, la
comunidad que se despierta con el sonido de chivos y pájaros.